lunes, 3 de febrero de 2014

Ciento-ocho. (De cine)

“El mundo te romperá el corazón de todas las formas imaginables, éso está garantizado, y yo no puedo explicarlo, como tampoco la locura que llevo dentro, ni la que llevan los demás, pero, ¿sabéis qué? , el domingo vuelve a ser mi día preferido, pienso en lo que todos han hecho por mi, y creo que soy un tío muy afortunado.”


Silver Linings.
Casi me gusta más en inglés. Casi.
Me gustan las cosas que me gustan más a la segunda que a la primera.
Me gusta prestar atención a algo que no conozco y descubrir cosas nuevas.
Me gusta que sea una película, me gusta que acabe bien.
Y no me gusta nada lo que estoy escribiendo, pero en fin, la obra no se borra. O eso dicen.
Adoro las cosas que se dicen.
Aunque odio los domingos.
Sí, odio profundamente los domingos. No se me ocurre un día más triste.
Los domingos nunca hay nada que hacer.
Es el preludio continuo del final de una semana.
Los finales me gustan, porque son comienzos, pero el momento previo al final es lo más triste que existe.

Es como el ying yang.
Ésa estabilidad tan difícil de conseguir.
Ése momento en el que se te desgarra el corazón y te das cuenta de que se te ha ido de las manos.
Ése momento. Duele.
Duele con sólo verlo.
Es difícil conseguir estabilidad si cada dos por tres se te va todo de las manos.
Es difícil conseguir estabilidad cuando ocurren cosas que no controlas.

Es difícil conseguir estabilidad cuando no entiendes lo que te pasa.

Supongo que la estabilidad es solo el fin, la utopía. 
Que lo que importa es el proceso.
Que lo que importa son los momentos cortos y escasos de ingravidad.
Y analizar las punzadas de dolor. Sí, eso también es importante.

Al fin y al cabo, estar cuerdo en éste mundo es peor que estar muerto.

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